Ciertamente no es igual, ni el sabor, ni la textura de
nuestras vivencias porque ya están matizadas con nuestra experiencia previa.
Dejamos de ser una impronta soberbia, una disfrutable incertidumbre; para
convertirnos en la claridad de saber a dónde vamos.
La década de los 30 es también la década en donde
dosificamos nuestras energías. No porque no las tengamos, sino porque
necesitamos administrarlas. En general, nuestras independencias, requieren ahora
una buena dosis de eficiencia en todo tipo de gastos que no son solamente los
del dinero.
Durante la década de los 20 solemos probar. Disponemos del
tiempo para hacerlo y, sabemos, que podemos seguir buscando el matiz, el sabor
y el aroma que nos sienta mejor. Esto último aplica con nuestros amigos y
parejas.
La década de los 30 se centra en la búsqueda de la calidad
de todo tipo. Pero también es el tiempo de la profundización de las certidumbres. Es el
recuerdo constante de que, aunque siendo jóvenes, nos acercamos a la mitad de
la vida y vamos sacando cuentas. Más todavía cuando nos acercamos a los 40.
Josefina Licitra describe y sintetiza esta maravillosa etapa en este lúcido párrafo:
"La década del treinta es inolvidable –por alguna razón, jamás me sentí tan poderosa como ahora- pero es también dura. Si a los veinte somos médiums –y encarnamos el mandato familiar que pide básicamente dos cosas: que estudiemos y que no nos emborrachemos tanto- a los treinta empezamos a enfrentarnos a las demandas propias y –esto es lo duro- a la obligación de dejar de ser una “promesa” para empezar a transformarnos en aquello que alguna vez quisimos ser."
Les recomiendo totalmente leer su artículo completo: La década honesta.
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