Ciega, deformada y santa: la joven Margarita de Città di Castello, que vivió hace más de 700 años, fue canonizada por el papa Francisco.
El sábado 24 de abril él autorizó al prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro, a promulgar los decretos relativos de la beata Margarita, que formaba parte de la Tercera Orden de los Frailes Predicadores (dominicos).
Canonización equivalente
Por medio del procedimiento conocido como «canonización equivalente», Margarita fue introducida en el catálogo de los santos y, de esta forma, su culto se ha extendido formalmente a toda la Iglesia.
La «canonización equivalente» fue instituida en el siglo XVIII por el papa Benedicto XIV.
A través de este proceso, el Papa “compromete a la Iglesia en su conjunto a observar la veneración de un Siervo de Dios aún no canonizado por la inserción de su festividad en el calendario litúrgico de la Iglesia universal, con la misa y el Oficio Divino”.
Ciega, deformada y santa
La italiana santa Margarita de Città di Castello nació alrededor del 1287 en Metola, un poblado fortificado que se sitúa en la provincia de Urbino, y murió el 13 de abril de 132o en la Città di Castello.
Hija de un matrimonio de la pequeña nobleza, Margarita nació ciega y deformada, motivos por los cuales su padre la encerró en una pequeña celda cerca de la iglesia del castillo para mantenerla escondida de los ojos del mundo.
Experiencia de abandono
A los 5 años, sus papás la llevaron ante la tumba del fraile franciscano Tiago de Città di Castello, que había fallecido en 1292 con fama de santidad.
Ellos esperaban obtener el milagro de la vista para su hija, pero sus expectativas no se cumplieron.
La pareja decidió abandonar a la hija y dejarla a merced de la caridad de los habitantes de la Città di Castello, en cuyas calles la pobre niña empezó a mendigar.
Una pequeña comunidad de monjas decidió entonces adoptar a Margarita.
Sin embargo, con el tiempo, las advertencias de la niña sobre la necesidad de vivir una vida austera y mortificada generó envidias y conflictos entre algunas de las religiosas, y terminaron por echarla fuera.
La benevolente acogida
La niña fue entonces acogida por Grigia y Venturino, una pareja de devotos padres cristianos que ya tenían dos hijos.
Ellos le ofrecieron a la niña una pequeña habitación en la parte superior de su casa, para que pudiera libremente rezar y hacer sus prácticas penitenciales como como ayuno, flagelación y cilicio.
A su vez, Margarida correspondió dando educación cristiana a los hijos de Grigia y Venturino, además de dedicarse a la caridad visitando presos y enfermos.
Una mujer virtuosa
Casos de curaciones inexplicables y otros fenómenos místicos poco a poco empezaron a atribuirse a la intercesión de la joven.
Ella asistía todos los días a la Iglesia de la Caridad de los Frailes Predicadores y participaba como laica en la Orden de la Penitencia de Santo Domingo.
Margarita llevaba una vida virtuosa de oración, confesión y comunión frecuentes, contemplación constante del misterio de la Encarnación, caridad con todos y total confianza en la Providencia.
Transformando el dolor
Como persona con discapacidad física, ella transformaba el rechazo y la marginación que sufría en una experiencia de amorosa conformidad con el sufrimiento de Cristo.
La joven enseñó el Oficio de la Virgen y el Salterio, dio catequesis y formación cristiana a los hijos y a una sobrina de sus padres adoptivos, guió a una joven y a su madre en el discernimiento de la vocación religiosa y hasta intentó reconducir a las monjas de un convento a la perfecta observancia.
Señal de esperanza
Margarita falleció el 13 de abril de 1320 dejando un testimonio de esfuerzo para imitar a Jesús en la voluntaria entrega al prójimo con el objetivo de su salvación eterna.
El Vatican News subraya que su enfermedad no le impidió vivir una «maternidad espiritual excepcional y fecunda», ni dejar de ser señal de esperanza para quien vive dolorosas situaciones de sufrimiento y marginación.
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