Decía Chesterton en El Hombre Eterno, «Hay una guerra religiosa cuando dos mundos se encuentran, es decir, cuando se encuentran dos distintas visiones del mundo o, empleando un lenguaje más moderno, cuando se encuentran dos atmósferas morales. Lo que para unos es el aire para respirar para otros es el veneno, y en vano se fundirá lo turbio con las aguas cristalinas».
Para todos es un secreto a voces que nos encontramos, en muchos
aspectos de nuestras vidas, en una especie de gran tribulación de
naturaleza global, pero que toca localmente muchos de nuestros más
sensibles adentros; llenándonos de incertidumbre, angustia o desazón.
Ese maremágnum de emociones lo solemos disfrazar de ideologías,
que suelen encarnar muchos de los ideales que, creemos, compensarán esas
angustias. Pasado un tiempo de idealización, sino idolatría, de esas
ideas; nos encontramos que muchas de ellas solo fueron construcciones
funcionales a algún interés particular; y que en la mayoría de
los casos, cuando somos de buena laya, nos conducen a algún tipo de melancolía.
Si seguimos la línea de Chesterton, que para el caso me parece lo
más sensato, están en juego diferentes visiones de la naturaleza del hombre
alrededor de, por lo menos tres derechos básicos, siendo el primero
de ellos el derecho a la vida.
El derecho a la vida y su dignidad aparecen por primera vez con Cristo, que básicamente libera al hombre de su yugo y le otorga el respeto y el valor de ser hijos de Dios. Sin embargo, el liberalismo a través de los años ha relativizado esta noción dejando de lado a Dios; y como bien dice Chesterton «cuando se deja de creer en Dios, en seguida se empieza a creer en cualquier cosa».
Así la idea de la vida, en el sentido moderno, deja de lado no
solo a Dios, sino a la propia ciencia. Luego ese espacio es llenado por una
serie de anhelos encapsulados que se les suele llamar «derecho a la felicidad o
realización» que no es otra cosa que la «autodeterminación» liberal.
En
esta premisa, por primera vez en dos mil años la vida deja de ser un valor en
sí, para convertirse en un objeto que se puede adquirir para realización de
alguien más o que se puede desechar para tranquilidad de otros tantos; basados
siempre en algún argumento más bien emotivista – otro signo de nuestros tiempos;
y siempre pasible de ser comerciado como cualquier objeto.
La
sola manipulación interesada de la naturaleza de la vida, así como de qué y
cómo se origina, trae consigo la consiguiente manipulación de dos ideas
fundamentales que derivan de ella, el derecho a la libertad y el derecho a
la propiedad. La idea de la vida y el derecho a ésta, determinan la
libertad de ejercerla, así como el sentido y límites de lo que podemos poseer.
Así
pues no estamos solo frente a un dilema político o económico, del tipo mercado
vs estado; estamos frente a algo de carácter filosófico y teológico. Y más que eso, estamos frente a la intención de aniquilar todo aquello que recuerde el viejo orden moral, es decir, todo lo que recuerde evoque al cristianismo y la cristiandad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario