Trump nunca olió esta evidencia. De ahí que se dedicase a manotear y patalear, pretendiendo probar a toro pasado un fraude electoral, en lugar de impedirlo, fundando antes de convocar elecciones una empresa pública que garantizarse un recuento rápido y limpio. Pero todos los manoteos y pataleos de Trump sólo han servido, a la postre, para distraer a sus adeptos de la cruda realidad: Netanyahu felicitó cálidamente a Biden por su victoria electoral a las pocas horas de iniciarse el escrutinio; y Twitter, a la misma hora, empezó a censurar los mensajes de Trump. Si Trump no fuese un completo cantamañanas, habría entendido desde ese mismo instante su situación; y, en lugar de dedicarse a engañar a sus adeptos con «trumpantojos» de fraude electoral, se habría dedicado a revelarles, cinco años atrás, las reglas del juego democrático, que deciden los amos del Dinero. Y en esas reglas de juego el progresismo siempre gana, por la vía rápida o por la vía lenta.
Pero no tuvo redaños para denunciar el complot oligárquico-financiero que se oculta bajo la máscara simpática y engañosa de la democracia. Y se conformó con ser un cantamañanas que vociferaba machadas en Twitter (donde, además, le ponían sordina). Y encima, cuando sus seguidores se mostraron dispuestos a seguirle, los dejó tirados, sumándose a las condenas enfáticas que los amos del Dinero han hecho del asalto al Capitolio. Un asalto que, por cierto, no es otra cosa sino una versión modosita y pueril de lo ocurrido -por ejemplo- en la plaza de Maidan, que los amos del Dinero sin embargo aplaudieron a rabiar y apoyaron hasta lograr el recuento electoral que les convenía. La democracia siempre gana, por las buenas o por las malas. That’s all, folks.
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