El fin de semana anterior has comido toda la comida del mundo y has decidido que el lunes sales a correr sí o sí, promesa de scout. Finalmente el lunes llega pero nunca saliste a correr. Motivos innumerables: te levantaste tarde, tenías flojera, hacía frío, etc.
De buenas intenciones...
Pero bueno, la misma circunstancia podemos encontrarla en diferentes actividades de nuestro día a día, por ejemplo: has planificado que tu fin de semana será muy productivo; pero por una u otra razón esto nunca sucede. Tal vez has decidido que dedicarás un día para ordenar toda la información que tienes en tu computadora, pero esto jamás pasa porque aparece un asunto más importante.
Cada uno de nosotros, en algún momento hemos sucumbido ante la tentación de aplazar las cosas hasta el limite final; o simplemente no hacerlas hasta que llegué el "mejor momento". Creo que es un mal endémico en una sociedad y época caracterizada por el exceso de fuentes de distracción.
De lo anterior podemos notar que hay dos momentos claros en esto de ponernos a hacer lo que realmente tenemos que hacer
a). La planificación de las actividades.
b). La ejecución de las actividades.
En (a) está representado el diseño, la arquitectura de todo aquello que tenemos en mente, y como lo queremos plasmar; mientras que (b) es la puesta en marcha del proyecto. Entre (a) y (b) está la zona de la procastinación y aplazamiento.
Se dice que las tres cuartas partes de los estudiantes son procastinadores, y la mitad son aplazadores; es decir que probablemente solo un poco más de la cuarta parte de ellos puede ejecutar aquello que realmente se propone.
La regla de los 20 segundos
El tiempo entre nuestro impulso inicial por hacer las cosas y su satisfacción es estimado en 20 segundos; lapso en el que puede aparecer cualquier distractor que aplazará o evitará aquello que teníamos programado.
Este principio fue expuesto por el profesor Shawn Achor, de la Universidad de Harvard, en su libro La Ventaja de la Felicidad; y se basa en la reducción de energía para aquellos hábitos que queremos adoptar, y aumentarla para aquellos que queremos evitar.
La idea central es que podamos diseñar nuestro mundo de tal manera que aquello que queremos adoptar sea sencillo de alcanzar.
Por ejemplo, si queremos hacer ejercicios por las mañanas tener la ropa de deporte al pie de la cama nos ayudará a reducir el nivel de energía entre nuestra intención y la puesta en práctica. Lo mismo es aplicable con cualquier otra actividad diaria.
Si hemos decidido estudiar, por ejemplo, deberíamos alejar todos los distractores; alejar el celular, alejar la TV, y enfocarnos en aquello que tenemos pendiente. ¿Difícil no? Pero para Achor, esto puede ayudarnos a establecer hábitos productivos y reducir nuestra procastinación.
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