Luis Jesús Durand Cardeña |
Las
figurillas animadas parecían, a veces, sujetos con andar trémulo y ajetreado. En
otras oportunidades asemejaban curiosas nubes en un esquivo y desconocido
firmamento.
Además, no sabían nada del fuego infinito que, a sus espaldas, los iluminaba y calentaba; ni del pasadizo y los hombres que a veces transitaban por él. Nunca vieron aquello, solamente sabían que “algo” estaba tras de ellos.
Aquellas
figurillas animadas eran las juguetonas sombras producidas por el andar monocorde
de aquellos tipos en contraposición al fuego. Pero ¿cómo saberlo? Si nacieron,
crecieron y viven encadenados en esa posición.
Sin
embargo, al ser liberado de las cadenas que limitaban su encierro, uno de ellos
pudo elegir entre seguir atado a aquella posición o voltear a ver el origen
verdadero de las figurillas en la pared, que originalmente él consideraba la realidad
única.
Así pudo
apreciar, la hoguera infinita, el pasadizo y a los tipos que por ésta
transitaban. Todo cobraba un súbito y novedoso sentido que se acrecentaba al mirar
el anchuroso exterior, luego de ser obligado a salir con extraordinario
esfuerzo de aquello que, en realidad, era una oscura caverna.
Todo
aquello era tan diferente. Verdes prados, árboles iluminados, aire fresco,
brisa marina, sonidos de aves a lo lejos, el trepidante rumor de las olas
rompiendo en las rocas de alguna playa. En suma, todo era bueno, bello y
verdadero.
Además,
nuestro amigo también fue obligado a mirar el Sol y “todo lo que le es propio”.
Nada era
más potente que la luz que provenía del astro. Nada más fuerte que el calor que
le emanaba y que era lo que hacía que todo lo demás fuera posible.
En esta
alegoría, probablemente la más representativa de la filosofía, Platón nos habla
en clave ontológica y epistemológica de la existencia de dos realidades: la de
lo inteligible y la de lo sensible.
La realidad
sensible, en términos de Platón, se refiere al universo de las “sombras de lo
real en la pared”, pero que nuestros falibles sentidos nos hacen creer que son
la realidad única.
La realidad
sensible corresponde al mundo de lo corruptible, de lo mutable, de las
opiniones sin certeza. Participa de lo bello, pero no es la belleza; participa
de lo bueno, pero no es el bien; tiene algo de verdad, pero no es lo verdadero.
Porque en
épocas de confinamiento, queda claro que todos vivimos en nuestras propias
cavernas posmodernas; que, si antes eran puramente retóricas, hoy son casi
literales, estrictas y concretas. Y siendo así, vivimos en un mundo de
figurillas mediáticas que estimulan y recrean nuestra realidad sensible.
Así,
gracias a esta coyuntura coronavírica, las masas confinadas en sus cavernas con
wifi han suplido la vieja pared rocosa por hasta cuatro pantallas digitales que
cumplen la misma función platónica: tejer con retazos de sombras, multicolores
trajes de emotivismos que visten, incluso, de manera arrogante.
Las masas
confinadas adquieren, de esta manera, un carácter tribal e incluso panteísta. Creen
escoger sus propias doctrinas; algunas más epicúreas, inanes o estúpidas que
otras. Tienen además uno o varios chamanes que frecuentemente son considerados
como los más indicados para interpretar las figurillas en la pared o en las
pantallas de sus tabletas. Chamanes que los huachafos sistémicos y posmodernos denominan
influencers.
La inmensa pléyade
de estos influyentes es variopinta. Cada uno alimenta a sus respectivas tribus
con su idea de realidad sensible, con su narrativa propia y símbolos que le dan
sentido a su mensaje.
A
contrapelo de este extendido mundo de los sentidos, Platón sostiene que existe otro
plano de realidades inteligibles; aquellas que obedecen a las ideas y a las que
se llega a través de la razón, con todos los apremios y esfuerzos que le
atañen.
En el
universo de las realidades inteligibles las ideas son objetivas e inmutables, y
solo se accede a ellas a través de la parte más elevada del alma; siendo el
bien la idea primera y primigenia.
Sin
embargo, no prima en el mundo el reino de las realidades inteligibles, sino más
bien el de las sensibles. De hecho, adheridos a la narrativa platónica, a
nuestro liberado amigo le costaría el doble salir de su encierro cavernario,
del que ni siquiera se le liberaría de buena gana.
En la
caverna posmoderna convive con nosotros un virus incluso más peligroso que el
bicho coronavírico; que es el bicho de la supresión sistémica de las realidades
inteligibles, que finalmente es el frívolo virus de las figurillas impostadas y
de la persecución de aquellos que defienden las causas primeras.
No en vano,
nuestro héroe platónico fue muerto a manos de sus antiguos compañeros de
caverna, al tratar de llevarlos hasta la realidad inteligible. Por este camino
tendrá que pasar todo aquel que, como decía G.K. Chesterton, quiera afirmar que
el pasto es verde.
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