martes, 3 de marzo de 2020

CORONAVIRUS Y LOS BICHOS REACCIONARIOS

Leyendo los comentarios en las redes sociales de los medios de comunicación, uno puede toparse con una muestra, tal vez no representativa pero cualitativamente significativa, del ethos desencaminado y fútil de una frágil sociedad como la nuestra.

Antes no lo tenía tan claro, pero al reparar con mayor calma, debo decir que ahora no tengo dudas al respecto.

En casi doscientos años de cientificismo, que no ciencia pura y dura, la gente ilusamente ha creído hallar en las opiniones de algunos científicos algo parecido al esquivo Santo Grial, la causa final que puede explicar absolutamente todo en todas las circunstancias del hombre.
La mayoría suele tener una vida relativamente normal bajo aquellas explicaciones doctrinales que casi nadie puede probar, pero que todos aceptan como un dogma en piedra.
Sin embargo, cuando aparece un inesperado evento que escapa de aquellas pseudo explicaciones últimas, generalmente un desastre natural o una enfermedad pandémica, esa misma gente cae a las profundas e insondables simas de la angustia.

Porque no hay nada más reaccionario y contracultural (y a veces democrático), que un silencioso, voraz y ávido bicho, que sutilmente es capaz de poner en entredicho a la tecnología, las políticas públicas e incluso a los sistemas sociales.

Juan Manuel de Prada define este contexto genialmente de la siguiente manera, en su artículo Angustia Cononavírica:

"De tal modo esta idolatría de la ciencia ha logrado embaucar a las masas cretinizadas que ya nadie se pregunta por qué, por ejemplo, hay científicos capullos que «saben» que el alma no existe o que Dios no creó el mundo, pero en cambio no saben cómo matar el bichito de la caries."
Algo parecido sucede con la tabarra angustiosa originada por ese reaccionario virus corona.

Bichos de este tipo derriban cataclísmicamente las impostadas verdades que pretenden sustituir al cristianismo de antaño; mientras que la gente, al verse despoblada de fe, entra en un frenético caos.

Hace tan solo doscientos años, le era fácil a la gente encontrar certezas intangibles en las entrañas de su propia religión; hoy en cambio arrasados y espoliados espiritualmente, y con cada vez menos vínculos familiares, el denominador común es el miedo.

Continúa Juan Manuel de Prada:

Las masas cretinizadas se han quedado sin una explicación teológica para el problema del mal, fiándolo todo a las soluciones «prácticas» que brindaba la ciencia; y se han quedado también sin comunidad, pues ahora cada miembro de la masa cretinizada se cree Dios. Nos recuerda De Prada a Max Scheler quien afirmaba que la angustia es marca inequívoca de nuestro tiempo.

La angustia compartida, en este punto, es un epifenómeno de la perniciosa e inane proclividad por controlar la naturaleza. Es el reemplazo de la idolatría cientificista, que se acrecienta con el miedo al sufrimiento.

Porque sí, esta sociedad de raigambre hedonista y nihilista, le tiene terror al dolor y lo detesta al punto de negarse a sí misma a cambio de no padecerlo.

Por otro lado, la fobia al esfuerzo propio, que supone responsabilidad, se traduce en que la narrativa actual solo hable de derechos, pero nunca de responsabilidades.

Sin embargo, si algo se le puede reconocer a este bicho con corona, es que pone en jaque las certezas pegadas con saliva de aquellos que se han comprado la narrativa del poder del hombre sobre la naturaleza.

Luis Jesús Durand Cardeña.
  






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