Hoy por hoy las series y las películas, así como todo contenido audiovisual ha desplazado a los libros; sin embargo, podemos decir que la necesidad de contar historias y consumirlas no ha cambiado en absoluto.
Las historias son importantes porque nutren nuestra visión del mundo, reforzando valores y creencias sobre diferentes materias.
De la misma manera, alimentamos
una visión de nosotros a través de lo que contamos o dejamos ver de
nosotros mismos.
Así consciente o inconscientemente mucha gente es buena contando un relato sobre ellos mismos que,
cuando tiene coherencia con la realidad,
genera atracción e influye en otras personas.
En estos casos, los
arcos de personaje están bien hechos y cerrados, las historias están bien
definidas y fidelizan emocionalmente a las audiencias (amigos, familia,
compañeros de trabajo, etc)
Si nos imaginamos a nosotros mismos como persona y como relato de esa persona dado por nosotros mismos,
voluntaria o involuntariamente, a través del tiempo estaríamos frente a una
serie.
Somos el resultado de diferentes
capítulos de nuestras vidas que terminan con nuestra muerte, pero que incluso
podría trascender a ella.
Lo que es realmente interesante es lo que hacemos en el
camino, como protagonistas de nuestra propia historia.
Por otro lado, en ese camino de nuestra propia historia
aparecen distintos tonos y tramas,
actores y desenlaces.
Cuando hablamos de un momento especial en nuestra vida, hay
muchos que dicen “haber pasado la
página”
Por eso es bueno identificar
en qué capítulo de nuestra vida estamos: cuáles son los personajes y los
antagonistas, así como cuales son las decisiones que tomar y que definen
nuestras bases morales.
Una vez que tenemos claro esos elementos, debemos tener
claro el argumento de esa serie que es
nuestra vida.
Aquello que vivimos
hace diez años es sustancialmente distinto a lo que vivimos hoy. Actores,
tramas, desenlaces y tonos ya no existen más.
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