Dilectísimo tito Escrutopo,
Os cuento que he seguido con inusitada fruición la
trama peruana durante los últimos días. Qué prístina labor que hicisteis en
esas tierras que, en tiempos ya pretéritos, fue meollo y cogollo odioso de
nuestro tan aborrecido Enemigo; y qué cerca estáis de convertirla en ese
pudridero apóstata que es España que yo, tu amadísimo sobrino Orugario, he
ayudado a descomponer tan bellamente.
Tu centenario y constante trabajo en la otrora
capital del virreinato, ese insoportable antro de amoratados fieles nazarenos,
está cuasi concluido ¡oh amado tito! Qué fácil te ha sido ulcerar el alma y el
entendimiento de toda la patulea cretina que habita en esos lares, incluso la de
aquellos que aún dicen amar, de manera inane, a nuestro común Enemigo. Cómo
celebro, carísimo tito Escrutopo, la andadura de añagazas que has insertado en
esa pobre gentuza para, finalmente, traerlos a nuestra Gehenna.