En un ambiente totalmente
futbolero gracias a la omnipresente Copa Mundial, finalmente fui a
ver la muy interesante película peruana El Mudo.
El Mudo nos recuerda que,
a pesar de la ilusión de la marca Perú, los peruanos debemos
dentro de un sistema plagado de corrupción, en el que las
instituciones no se mueven si no se “aceitan” con un “apoyo”
o una “colaboración”. Probablemente esta sea la principal
alegoría de una cinta que tiene a Daniel y Diego Vega como eficaces hacedores de una fotografía de lo que refleja nitidamente la sociedad peruana.
La película cuenta con un
manejo de recursos muy bueno. La fotografía y uso de locaciones es
uno de los aspectos mejor trabajados; la gestión de estos recursos
le permite al espectador introducirse fácilmente en una espesa atmósfera de
resignación al status quo.
El personaje principal es
un incorruptible juez concentrado en su función hasta que el sistema
percibe que estorba y trata de eliminarlo. Esta eliminación no solo
se traduce en degradarlo profesionalmente, sino en el intento de
asesinato que finalmente lo deja mudo.
La alegoría de no tener
voz
Ser parte del sistema de
justicia; manejarlo, administrarlo, gestionarlo, y al mismo tiempo no
tener voz para defenderse. Este puede ser la ironía más interesante
de la película. Sin embargo, Constantino Zegarra, juez limeño,
tampoco es un héroe. Él simplemente cumple su función basado en su
sentido del deber; sentido que el sistema pretende corromper por
“desadaptado”.
Lima como un King's Landing marca Perú
Constantino Zegarra es
como un Ned Stark en el universo de Juego de Tronos. Pretende ser
honesto en un mundo de corruptos interesando en sus propios
intereses. Ambos son socialmente castigados, precisamente por
“desajustados.” Ambos buscan su verdad; y esa
búsqueda es el motivo de su propio desenlace y devenir. Ninguno de
ellos “triunfa” y más bien son utópicos, idealistas e inocentes; luchan ambos con armas inofensivas por reivindicar sus valores.