La parábola trata el tema del poder desde una suerte de apología al constructivismo, es decir, desde la premisa de que uno puede construirse a sí mismo hasta alcanzar su potencia e incluso determinar el futuro de otros desde el ejercicio del poder: en este caso el líder político tiene el poder de determinar la vida o la muerte de su pueblo.
Dudo mucho que Pedro Castillo haya llegado a este nivel de análisis en relación a que su investidura pueda, efectivamente, determinar quién vive o quién no; pero esto no quita que las ideas que lo han llevado hasta donde está lo lleven también a esta conclusión de forma intuitiva.
El liderazgo es la administración del poder, que idealmente debería inspirar a los liderados escogiendo siempre la alternativa del bien y de la vida, y evitando la muerte en cualquiera de sus manifestaciones.
De eso habla Miguel Ángel Cornejo cuando, muchos años antes, también en Perú, utilizó esta parábola para graficar sus pensamientos en torno al rol del liderazgo en países como el nuestro. El liderazgo como una responsabilidad encargada de asegurar el bien común a través del poder.
La diferencia con los liderazgos contemporáneos radica en el uso y abuso del poder como herramienta que asegure el bien propio, utilizando a los liderados para alcanzar la permanencia y efectividad de este poder.
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