lunes, 13 de diciembre de 2021

► PASAPORTE COVID Y NUEVAS DIALÉCTICAS


   OPINIÓN    Comentaba con mis amigos que si nos decían proféticamente hace un par de años que en el futuro inmediato íbamos a vivir en una sociedad azotada por una plaga, cuyo saldo no sería solamente sanitario, sino social y cultural; probablemente no lo hubiéramos creído y seguramente nos hubiéramos reído de aquello. Más bien, hubiéramos atribuido aquella antojadiza narrativa a algún desvarío charlatán de ese aprendiz de clarividente.Sin embargo, la consumación de los hechos actuales deja claro que, un hecho (o conjunto de ellos) no deja de ser factible porque sea único. Como únicas son las características de la actual pandemia en la que vivimos.

Sin embargo, hay que hacer una distinción clara en este punto. Una cosa es el hecho en sí mismo, un virus relativamente novedoso que se propaga rápidamente por todo el mundo; y otra muy distinta es la narrativa que se teje alrededor de él.

Al primero se llega a través de evidencia empíricamente verificable y al segundo nivel no se llega, sino nos lo hacen llegar los medios de comunicación y las versiones oficiales de los gobiernos y las organizaciones multilaterales.

A ese trance hemos caído hasta la distópica necesidad, promovida por los estados, de presentar un pasaporte sanitario que nos permita hacer transacciones de cualquier tipo: acceder a supermercados, bancos, centros comerciales, viajar; etc. Vale decir llevar una vida normal enmarcada en la “nueva normalidad” y advertida por algunos conspiranóicos.

Obviamente, el pasaporte sanitario supone haberse inoculado un agente que la narrativa oficial promovió como vacuna, aunque en la práctica no evita contagios, no evita contagiar y no asegura desarrollar la enfermedad y eventualmente llegar hasta la unidad de cuidados intensivos. Más todavía, no se han hecho estudios alrededor de los posibles efectos secundarios a largo plazo generados por la utilización de una tecnología novísima como la del ARNm, que nunca antes se había probado a esta monumental escala.

De esta manera, millones de personas alrededor del mundo han accedido a inocularse la solución sanitaria, sospecho yo, más interesados en evitarse contratiempos comerciales, que por una real convicción de la eficacia de las mal llamadas vacunas; aun cuando la poderosa propaganda mediática hecho lo imposible y lo indecible por defender, apelando a la ciencia, la eficacia de las terapias sanitarias.

Por otro lado, y siendo más claro que las dichosas terapias génicas, como suele denominarlas Juan Manuel de Prada, no ofrecen la eficacia que prometieron sus promotores; la discusión ahora empieza a dirigirse al costo que supuestamente le originan al Estado, y por ende a los ciudadanos “responsables” que sí se inocularon.

Aquí los líderes de opinión que promueven las campañas de inoculación dejan de lado los supuestos beneficios del producto en sí, para enfocarse en enardecer las pasiones de “buenos” ciudadanos cuyos impuestos se estarían “mal gastando” en salvar la vida de los “irresponsables” que decidieron libremente - tamaña ofensa - no vacunarse, sin importar sus motivaciones.

De ser este el caso, y partiendo de esa misma premisa, los no inoculados también tendrían que demandar a los vacunados por el gasto en una terapia que no previene el contagio, que propaga el virus y que no evita desarrollar la enfermedad. Además del costo que supone el tratamiento en UCI para aquellos vacunados que eventualmente desarrollen la enfermedad.

Toda esta situación, impensable hace dos años, nos lleva a reflexionar sobre los propósitos que tienen aquellos que están conduciendo y promoviendo el relato del virus, y si este relato no es más que una pieza dentro de un rompecabezas más grande con intereses distintos y superiores a los estrictamente sanitarios, que están generando una nueva dialéctica entre las personas que, gracias al progresismo, ya tenían que soportar otras tantas.

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