jueves, 14 de enero de 2021

► Una CONVERSACIÓN con G.K. CHESTERTON en MADRID

G.K Chesterton

Hoy me desperté muy temprano, como casi todos los días que quiero dormir más y no puedo;  y mirando el móvil, me encontré con este artículo que es la crónica de una entrevista a Chesterton durante una visita a Madrid el 1ro de mayo de 1926, y publicada por el diario ABC de España. 

Me pareció interesante publicarla también en mi blog, continuando un poco con el estudio a detalle de sus obras y su pensamiento. El artículo es de Álvaro Alcalá Galiano. 

OPINIONES DE CHESTERTON

Si cediese a la comprensible tentación de querer escribir un artículo sensacional, un artículo que acaso traspasara las fronteras, no tendría más que reproducir con la mayor exactitud una larga conversación mía con el célebre escritor inglés míster Gilbert Chesterton en su reciente visita a Madrid. 

Fue durante un almuerzo íntimo dentro del Club de Puerta de Hierro, bajo un cielo gris y lluvioso, que se había propuesto desprestigiar el clima primaveral de España. Pero Chesterton nos confesó que prefería todo al calor, pues su obesidad le predispone a congestión y a la asfixia, debido al efecto de los rayos solares. Lo cual no impide que Chesterton afronte el probable peligro de aumentar su volumen corpóreo, devorando con avidez cuantos manjares se ponen a su alcance y absorbiendo también una enorme cantidad de líquido. 

Desdeña el régimen vegetariano, adoptado desde hace años por su amigo Bernard Shaw, y no siente el menor respeto hacia la ley “seca”, imperante en los Estados Unidos. En fin, ante una buena mesa la lengua de Chesterton se suelta llanamente. Su hablar, lento y al principio premioso, adquiere vida y color. Tras de los lentes, sus ojillos algo infantiles –mezcla de candor y de malicia– brillan con el reflejo de su humorismo peculiar. 

Entonces, ante las preguntas o las observaciones que le hacemos, resalta el ingenio y el espíritu observador, original, del autor de Herejes. ¿Trasladaremos al papel sus comentarios sobre los actuales políticos ingleses o sobre los tristes efectos de la invasión norteamericana en Europa? No; sería poco delicado y pudieran, una vez divulgados, dar lugar a protestas o rectificaciones. 

Renunciaremos, pues, al éxito que pudieran conseguir ciertas expansiones íntimas, divulgando solamente las de carácter general sobre personalidades o aspectos de la literatura. Por una vez haremos el papel de Boswell, anotando la incesante charla del famoso doctor Johnson, o el de Eckerman, en sus famosas “conversaciones” con Goethe.

Me inspira curiosidad el conocer sus actuales relaciones con Bernard Shaw, de quien es amigo, a pesar de continuas polémicas y divergencias. Chesterton contesta:

– Bernard Shaw es a dear old man, con todas sus rarezas. Se cuida mucho, y aunque va a cumplir setenta años, tiene una asombrosa vitalidad, gracias a su higiene y método de vida. Todas las mañanas, a las ocho, incluso en el invierno, se dedica a la natación en una piscina pública de Londres. 

Ya sabe usted que sigue con su absurdo régimen vegetariano. Durante una grave enfermedad, hace años, los médicos le instaron para que venciera su aversión a la carne y cambiara de plan. Shaw, que estaba en la cama, al parecer extenuado, contestó, con un aire de condescendencia: “Ya veremos”.

Le hablo de Santa Juana, y le pregunto lo que le parece.

– Mejor de lo que me atrevía a suponer. Porque, cuando supe que Shaw estaba escribiendo una obra sobre Juana de Arco, me entró, lo confieso, viva indignación. ¿De qué profanaciones no era capaz su irrespetuosa pluma? Afortunadamente, no ha sido así, y en realidad debí preverlo. Hay una marcada evolución espiritualista en la obra de Bernard Shaw, desde sus primeras comedias. Si Shaw viviese tantos años como profetiza ridículamente al hombre en su Vuelta a Matusalén (en cuyo caso nos moriríamos todos de hastío), veríamos a Shaw no sólo convertido al catolicismo, sino de ermitaño en el desierto.

– Y de Wells, ¿qué me dice usted?

– Con Wells, a pesar de ser amigos desde hace tanto tiempo, estoy siempre en relaciones algo tirantes, o más bien él conmigo. Wells es el más sensible y picajoso de los hombres. La más leve censura o disconformidad le enojan. Así, por cualquier frase humorística mía ha podido enfadarse durante varios meses, y luego se le ha pasado, como a los niños, su rabieta, enviándome sus libros, dedicados.

– Pero, ¿es sincero en sus teorías sociales? –le pregunto–. ¿En su simpatía por el comunismo ruso?

– Sí, porque siempre quiere ser el primero en lanzar la última novedad. A Wells le pasa, en eso, lo que a los grandes modistos, deseosos de imponer la moda. Si la Humanidad fuese hoy comunista, Wells probablemente haría la apología del fascismo o de cualquier otra forma de dictadura.

La conversación entonces se orienta hacia otros novelistas de la misma generación inglesa. Menciono yo a Arnold Bennett y los grotescos artículos que publicó en Inglaterra, al regresar de un corto viaje por España.

– Sí, lo recuerdo –asiente Chesterton, sonriendo–. No los leí entonces, y no sé si lo haré ahora, para refutarlos. De todos modos, más daño le harían al propio Bennett que a España. Bennett es un hombre ciertamente de talento, pero de escasa cultura y reducido horizonte intelectual. Ha escrito unas novelas sobre la vida provinciana inglesa, que están bien, y que todos conocemos. Fuera de eso, aunque viaje es inútil, porque no se entera de lo que pasa por el mundo.

– ¿Cuáles son, a juicio de usted, los mejores novelistas ingleses de la nueva generación?

– No se lo puedo decir, porque ya no leo novelas, aunque haya escrito algunas. Creo que la novela es un género llamado a desaparecer, como siga esta manía imperante del análisis interminable de sentimientos y de sensaciones, de laboriosa psicología de caracteres, por lo general sin interés, y de absoluta carencia de narración o de intriga. Una novela en la que no pasa nada es una novela que no merece la pena de escribirse. Puede haber excepciones; pero no debemos convertir en regla el prescindir por completo del interés narrativo y el creer que puede substituirse éste por la minuciosidad en el detalle insignificante o el culto de lo vulgar.

– ¿Va usted mucho al teatro?

– Ahora casi nunca, entre otras razones, porque vivo en el campo, cerca de Londres. Lo que hago es leer las obras, cuando merecen la pena.

– Entonces, ¿podría usted decirme, míster Chesterton, por qué las comedias del joven actor y autor inglés Noel Coward han producido tanto escándalo? Yo no veo en ellas nada de tan particular, como no sea cierto ambiente de modernidad.

– Pero, ¿dónde está la modernidad? –exclama Mr. Chesterton, encogiéndose de hombros–. Si la modernidad de esas comedias consiste en que los personajes hablan de los pitillos que prefieren, beben cock-tails, emplean palabras vulgares, hacen uso a cada rato del teléfono y bailan al son del gramófono, esa modernidad va a ser muy vieja antes de poco tiempo, como el fox-trot de moda…

– Pues, si es así, ¿cómo explica usted las protestas de parte de la crítica y del público ante lo que llaman los atrevimientos de Noel Coward?

– Porque somos un pueblo de puritanos, es decir, de hipócritas, en el que todo puede hacerse… con aparente inconsciencia y sin hablar de ello. ¿Sabe usted la causa del escándalo en torno a la comedia, de Coward, Fallen Angels (Ángeles caídos)...? En que dos señoras de la buena sociedad inglesa, comiendo solas, beben demasiado Champagne, se emborrachan y se revelan mutuamente su pasado, nada ejemplar, ignorado por los maridos de ambas. Pues bien; el público se ha escandalizado. ¡Dos señoras elegantes bebiendo en escena! ¡Horror! Eso puede verse todas las noches en los dancings y en los cabarets de moda. Pero ¡en escena! Eso no se había visto nunca, y es, por parte del autor, no sólo una falta de galantería, sino hasta una falta de patriotismo.

Al decir esto, los ojillos de Chesterton brillan irónicamente, y, de pronto, una sonora carcajada sacude su cuerpo voluminoso, con una risa sin hiel, que parece corear el espectáculo cómico del mundo.






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