lunes, 7 de diciembre de 2020

► El virus de las realidades únicas por Luis Jesús Durand

Luis Jesús Durand Cardeña
Luis Jesús Durand Cardeña
Las sombrías y amorfas figuras danzarinas sobre la rocosa pared eran, para ellos, todo su MUNDO.

Las figurillas animadas parecían, a veces, sujetos con andar trémulo y ajetreado. En otras oportunidades asemejaban curiosas nubes en un esquivo y desconocido firmamento.

Además, no sabían nada del fuego infinito que, a sus espaldas, los iluminaba y calentaba; ni del pasadizo y los hombres que a veces transitaban por él. Nunca vieron aquello, solamente sabían que “algo” estaba tras de ellos. 

Aquellas figurillas animadas eran las juguetonas sombras producidas por el andar monocorde de aquellos tipos en contraposición al fuego. Pero ¿cómo saberlo? Si nacieron, crecieron y viven encadenados en esa posición.

Sin embargo, al ser liberado de las cadenas que limitaban su encierro, uno de ellos pudo elegir entre seguir atado a aquella posición o voltear a ver el origen verdadero de las figurillas en la pared, que originalmente él consideraba la realidad única.

Así pudo apreciar, la hoguera infinita, el pasadizo y a los tipos que por ésta transitaban. Todo cobraba un súbito y novedoso sentido que se acrecentaba al mirar el anchuroso exterior, luego de ser obligado a salir con extraordinario esfuerzo de aquello que, en realidad, era una oscura caverna.

Todo aquello era tan diferente. Verdes prados, árboles iluminados, aire fresco, brisa marina, sonidos de aves a lo lejos, el trepidante rumor de las olas rompiendo en las rocas de alguna playa. En suma, todo era bueno, bello y verdadero.

Además, nuestro amigo también fue obligado a mirar el Sol y “todo lo que le es propio”.

Nada era más potente que la luz que provenía del astro. Nada más fuerte que el calor que le emanaba y que era lo que hacía que todo lo demás fuera posible.

En esta alegoría, probablemente la más representativa de la filosofía, Platón nos habla en clave ontológica y epistemológica de la existencia de dos realidades: la de lo inteligible y la de lo sensible.

La realidad sensible, en términos de Platón, se refiere al universo de las “sombras de lo real en la pared”, pero que nuestros falibles sentidos nos hacen creer que son la realidad única.

La realidad sensible corresponde al mundo de lo corruptible, de lo mutable, de las opiniones sin certeza. Participa de lo bello, pero no es la belleza; participa de lo bueno, pero no es el bien; tiene algo de verdad, pero no es lo verdadero.

Porque en épocas de confinamiento, queda claro que todos vivimos en nuestras propias cavernas posmodernas; que, si antes eran puramente retóricas, hoy son casi literales, estrictas y concretas. Y siendo así, vivimos en un mundo de figurillas mediáticas que estimulan y recrean nuestra realidad sensible.

Así, gracias a esta coyuntura coronavírica, las masas confinadas en sus cavernas con wifi han suplido la vieja pared rocosa por hasta cuatro pantallas digitales que cumplen la misma función platónica: tejer con retazos de sombras, multicolores trajes de emotivismos que visten, incluso, de manera arrogante.

Las masas confinadas adquieren, de esta manera, un carácter tribal e incluso panteísta. Creen escoger sus propias doctrinas; algunas más epicúreas, inanes o estúpidas que otras. Tienen además uno o varios chamanes que frecuentemente son considerados como los más indicados para interpretar las figurillas en la pared o en las pantallas de sus tabletas. Chamanes que los huachafos sistémicos y posmodernos denominan influencers.

La inmensa pléyade de estos influyentes es variopinta. Cada uno alimenta a sus respectivas tribus con su idea de realidad sensible, con su narrativa propia y símbolos que le dan sentido a su mensaje.

A contrapelo de este extendido mundo de los sentidos, Platón sostiene que existe otro plano de realidades inteligibles; aquellas que obedecen a las ideas y a las que se llega a través de la razón, con todos los apremios y esfuerzos que le atañen.

En el universo de las realidades inteligibles las ideas son objetivas e inmutables, y solo se accede a ellas a través de la parte más elevada del alma; siendo el bien la idea primera y primigenia.

Sin embargo, no prima en el mundo el reino de las realidades inteligibles, sino más bien el de las sensibles. De hecho, adheridos a la narrativa platónica, a nuestro liberado amigo le costaría el doble salir de su encierro cavernario, del que ni siquiera se le liberaría de buena gana.

En la caverna posmoderna convive con nosotros un virus incluso más peligroso que el bicho coronavírico; que es el bicho de la supresión sistémica de las realidades inteligibles, que finalmente es el frívolo virus de las figurillas impostadas y de la persecución de aquellos que defienden las causas primeras.

No en vano, nuestro héroe platónico fue muerto a manos de sus antiguos compañeros de caverna, al tratar de llevarlos hasta la realidad inteligible. Por este camino tendrá que pasar todo aquel que, como decía G.K. Chesterton, quiera afirmar que el pasto es verde.

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