El nombramiento del obispo auxiliar del Callao revela el vínculo íntimo del nuevo pontífice con el Perú y anuncia un papado de síntesis entre sinodalidad y rigor teológico
La elección de un Papa siempre es un acto de fe y de política, de misterio y de cálculo. Pero cuando el humo blanco emergió sobre la Capilla Sixtina aquel jueves de mayo, el mundo católico —y en particular el Perú— supo que algo distinto ocurría. El cardenal Robert Francis Prebost, hijo de Chicago pero ciudadano peruano por vocación y por sangre espiritual, tomaba el nombre de León XIV, como un guiño a aquel León XIII que en el siglo XIX desafió al mundo industrial con la *Rerum Novarum*. Su primer acto oficial, sin embargo, no fue un manifiesto ni un gesto diplomático, sino un nombramiento íntimo: Miguel Ángel Contreras Yaruna, marista y vicario de la vida consagrada, como obispo auxiliar del Callao. Un guiño al Perú, esa patria que lo adoptó y que él adoptó como suya.