martes, 1 de septiembre de 2020

Mi PERSONAJE INOLVIDABLE POR ERNA MOEN

Erna Moen
  CRÓNICAS   MI MARIDO Stan y yo llegamos por fin en el año 1953 a la remota misión de nuestro destino en lo que entonces era el Congo Belga. En una atmósfera sofocante subimos la última colina y vimos que la selva se abría alrededor de una casa con techo pajizo, un templo y algo más. Nos esperaba un grupo de africanos del cual se destacó el más alto para dar nos la bienvenida en buen francés: "Reverend et Madame Moen,soyez les bienvenus! 


Aquel personaje se llamaba Ngelu Pierre (Gelu, para nosotros), y llegaría a ser nuestro amigo por encima del abismo de la raza, del color y del idioma. Tendría de 40 a 50 años; las sienes le empezaban a encanecer y su sonrisa era realmente amable. Bajo el brazo izquierdo llevaba dos libros muy ajados que parecían formar parte de su cuerpo.

"Todos somos feligreses de su congregación, reverendo", declaró. Luego se acercó a mí y tomó en brazos a mi hija de cuatro meses, diciendo ceremoniosamente: "Kasa, el hijo de Kufa, cuidará de la niña mientras usted esté enseñando". Y empujó en dirección hacia mí a un muchacho flaco.

Nuestra casa se alzaba sobre un océano de copas de árboles con ricos matices de verde: color de hierba, aceitunado, jade, etcétera. Aquí y allá surgía de entre el ramaje un tenue humo azul pálido, y Gelu nos explicó que bajo aquel tapiz aterciopelado se extendía la aldea de la misión.

El camino por el que habíamos llegado continuaba cinco a kilómetros más bordeado por chozas de barro, hasta llegar al pueblo de Monga, centro de las 40 aldeas del distrito, entre ellas la de Gelu. Éste era conocido por los aldeanos como tata (padre) y hablaba con autoridad de tal.

Su padre había ocupado el importante cargo de cazador de elefantes para el jefe de su aldea; Gelu, nacido en una choza de la selva había llegado a ser, con esfuerzo, el caudillo del pueblo de Monga. Una noche nos contó cómo, de niño, había vivido con su madre; nos dijo que su padre tenía muchas esposas, cada una con su propia choza.

"Cuando mi ciudad era de 11 estaciones de lluvia", nos contó, "visitó nuestra aldea un hombre. Llevaba el primer libro que yo vi en mi vida, y aquello cambió mi existencia. Me invadió un hambre de lectura que nada pudo saciar y pedí a mi padre que me enviase a la escuela; él me dijo: No, y la palabra de mi padre era la ley del clan".

Gelu hizo entonces algo sin precedentes en la aldea: abandonó la casa paterna. "Mi corazón me ordenaba que me marchase", explicó sencillamente. "Me fui con dos papas y un machete; llegué al río al caer la noche; trepé entonces a las ramas de un árbol wawa y allí me comí las papas".

Al día siguiente encontró la escuela que buscaba. Saben ustedes lo que yo pensaba?" añadió con una risita. "Que el día que yo pudiera leer, habría triunfado. Pero aquello sólo fue el comienzo.

"Oh, Ndeko!" exclamó (para en entonces, él y Stan ya se llamaban Hermano). "Qué maravilloso mundo el de los libros"

Gelu aprendió con tanta rapidez y aplicación que al cabo de pocos meses llegó a ser profesor.

Más tarde ingresó en el ejército, donde adquirió robustez y galones: la primera, al tomar suficientes proteínas por primera vez en su vida; sus galones de sargento, los obtuvo por su capacidad.

En el ejército aprendió mucho. "Más de 200 tribus con casi otros tantos idiomas y dialectos", se la mentaba. "Estamos demasiado divididos; por eso les repito a mis hijos que estudien inglés y francés, idiomas de muchos libros".

Después del servicio militar regresó Gelu a su hogar para casarse, aunque le preocupaba que su futura esposa fuese analfabeta. Como dependiente y más tarde tenedor de libros de un comerciante de Kisangani (entonces Stanleyville), y con miras a abrir su propia tienda algún día, no tuvo más remedio que instruirla en aritmética.

"Yo no podía tener una esposa que no supiera nada de pérdidas y ganancias", comentó nuestro amigo. "¿No es cierto, Elizabeta?" Y ella, con la que llevaba muchos años de matrimonio, sonrió tímidamente.

Hasta que Gelu abrió su establecimiento, los portugueses habían monopolizado la compraventa del aceite de palma en la zona. Pocos años después su cadena de tiendas se extendía por todas las grandes aldeas del distrito. Fue el primero en construir una casa de ladrillo en Monga. Enseñó a la gente el uso diario del jabón. "Duerman bajo un mosquitero", advertía a sus clientes:"Y es preciso llevar zapatos y camisas limpias... y comprar todo eso en mis tiendas", añadía hombre de negocios.

En una ocasión Gelu se equivocó en sus cuentas. Había hecho una buena venta de cocos en la que ganó más de lo esperado y, lleno de entusiasmo, decidió ampliar su casa y adquirir un nuevo camión. Antes de darse cuenta, había gastado más dinero del que tenía.

Cuando le hicimos bromas, se echó a reír: "Otra victoria así y estoy perdido". Yo sabía que se trataba de una cita histórica, pero no recordaba de quién, y se lo pregunté. "Es una frase de Pirro, que pronunció después de la victoria de Ausculum el año 279 antes de Jesucristo".

NUESTRA amistad con Gelu brotó del común interés que teníamos por los libros, los idiomas, el trabajo para la iglesia e incluso la experimentación agrícola.

Stan compartía con él la afición a los idiomas. En uno de sus frecuentes safaris se detuvieron en un mercado donde se había reunido gente de todo el distrito. "Llevémosles la Palabra", propuso Stan, que era joven y estaba ansioso de difundir el Evangelio. Y predicó en lingala, uno de los cuatro idiomas nacionales del Congo. y Gelu tradujo sus palabras con gran facilidad a varios dialectos locales, Juntos en el púlpito me hacían pensar en dos jugadores de fútbol: Stan ponga en juego la pelota Gelu la enviaba más lejos.

Nuestro amigo no era agricultor y por ello, cuando comenzó a estudiar folletos de agricultura, le preguntó mi marido: - Por qué ese repentino interés? Porque creo que se aproximan tiempos muy difíciles para nuestro país -contestó Gelu, afirmando con la cabeza, convencido como el profeta- y es preciso que cuide de mi gran familia. Era el año 1958 y nadie creyó sus palabras, pero su sombra predicción resultó exacta. Dos años después la independencia desató violentos disturbios en el Congo Belga.

EL NACIMIENTO de mi segundo hijo conmovió a todo el mundo. Dos días después de nacer el niño tanto tiempo anhelado, en un hospital lejos de Monga, mientras yo yacía febril e incómoda, sintiéndome muy lejos de mi hogar, se abrió la puerta y apareció Gelu sonriente. Puso su negra mano sobre la blanca frente de mi hijo y lo llamó Monga Monene (Gran Monga) en honor del fallecido jefe del poblado, cuyos poderes nadie había igualado. Hoy aquel niño de rubios cabellos mide 1,90 metros y sigue llevando el nombre que le dio Gelu.

Éste nos ayudó a comprender muchas costumbres africanas que nos parecían extrañas. Una ley milenaria, por ejemplo, exige que, al fallecer un hombre, su viuda se una al hermano del marido, aunque éste ya estuviese casado, pues, de qué otro modo quedaría protegida la mujer que por su matrimonio, ya se hallaba fuera del clan de sus padres.

Luego nos explicó también sentido del culto de la serpiente sagrada, heredado por su tribu "del pueblo de los orígenes". La serpiente (que siempre pare "más de un descendiente") era una diosa de la fertilidad, y por esta razón se consideraba que los gemelos son "hijos del pitón" y los consagraban al reptil en cuanto nacían.

Si cualquier pareja de nuestra congregación tenía gemelos, se celebraban durante la noche los ritos prescritos y se borraba discretamente toda prueba de lo sucedido, antes de que el pastor de ojos azules llegase a felicitar a los padres a la mañana siguiente.

Gelu sabía mucho de medicina tribal; conocía perfectamente las hierbas que detienen la hemorragia consiguiente al parto, y las raíces secas de la planta que cura el dolor de estómago. También sabía cuál era la "raíz que sana la locura", pero no había participado a nadie sus conocimientos para que los misioneros no lo acusaran de brujería.

Era un buen predicador y le encantaba hablar desde el púlpito. Un domingo por la mañana pronunció el mejor y más breve sermón que he oído en mi vida. Era el día de la despedida que hacíamos a la pareja de ancianos misioneros que enseñado a leer a Gelu. Se iban definitivamente de África y, después de que Stan predicó, invitó a los fieles a expresar sus sentimientos. Gelu subió con una vela apagada en la mano a la plataforma donde estaban sentados los ancianos. Sacó un fósforo, encendió la mecha y su rostro de ébano se iluminó con el resplandor. "Esto es lo que me trajeron ustedes a mí", dijo: "La luz".

AL TÉRMINO de cinco años de trabajos, Stan y yo nos disponemos a tomar unas vacaciones, pero nos preocupaba la salud de Gelu, que parecía muy fatigado y cuya tez había adquirido un tinte grisáceo. Le insistimos en que viese a un médico, pero él se negó a comunicarnos los resultados de su visita.

"Estoy tomando unas medicinas", dijo vagamente. "Ustedes, Ndeko, vayan a su patria y descansen, pero no dejen de volver pronto a construir la nueva escuela". Le aseguramos que regresaríamos.

Su primera carta era poco menos que alegre y nos daba noticias de la vida diaria de la aldea; a pesar de ello, yo me sentí inquieta. Durante nuestra ausencia, que duró un año, las cartas fueron cada vez más breves, hasta que, a los diez meses, recibimos una breve nota que parecía escrita a vuela pluma.

"Probablemente la escribió en el automóvil, durante un safari", co mentó Stan, contra lo que me indicó mi intuición femenina. La última carta estaba escrita a máquina. Así, por fin había logrado comprar la máquina de escribir que tanto anhelaba! También ésta terminaba diciendo: "Espero verlos pronto", pero la palabra "pronto estaba subrayada. Poco después volvimos a nuestro hogar de la selva al cabo de 13 meses.

EN EL aeropuerto se esperaba el hermano de nuestro amigo, que nos anunció: "Gelu está enfermo". Nos informó que un mes antes de que nos dispusiéramos a emprender el viaje, se había enterado de su padecimiento: cáncer terminal.

"Hizo todo lo posible para ocultárselo a ustedes y no estropearles las vacaciones”, nos explicó su hermano. "El médico le pronosticó que, como máximo, podría vivir seis meses, pero Gelu decidió aferrarse a la vida hasta que ustedes volvieron. Y ustedes saben bien de cuánto es capaz si decide hacer algo. La última carta, la que fue hecha en máquina, la escribí yo". En el hogar de Gelu se había reunido todo su clan "esperando a la muerte", según exigía la tradición.

El enfermo yacía en su lecho, triste sombra de lo que había sido, respirando apenas. Stan se arrodilló a su lado y le estrechó las manos secas y sarmentosas: Gelu, soy Ndeko ... Nuestro amigo se estremeció y ne abrió ligeramente los turbios ojos. el Su mirada erró lentamente y se de tuvo al contemplar a Stan.

Viniste...susurró. Y aquello fue todo.

AL DÍA siguiente Stan dirigió el funeral con voz que se quebraba una y otra vez. Fue la mayor reu nión de dolientes que hubiese visto nunca el pueblo de Monga; y es que Gelu había sido como un gi gante entre los hombres.

Altas nubes cruzaban el cielo, y las voces de los presentes hacían eco a a mi pena. Mi marido y yo había mos perdido un amigo y, como habría dicho Gelu: Un amigo es , un don inapreciable.



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