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sábado, 13 de mayo de 2017

No era fácil ser un sanmarquino del posterrorismo.


Sin embargo, en 1995 nada era fácil.

Las paredes de mi vieja Facultad de Letras aún mostraban orgullosas las frescas cicatrices causadas por los balazos de la ilegal intervención perpetrada por Fujimori; y una tenue capa de pintura tenía el encargo de disimular algunos de los brochasos rojos que las hordas de Sendero Luminoso habían garabateado.
Mural de la Facultad de Educación en el edificio de Letras. UNMSM

Sin embargo allí estábamos nosotros, jóvenes, orgullosos, indoblegables.

Muchos de los chicos que ingresaron conmigo no tenían nada, salvo la promesa del porvenir que estábamos por escribir.

Porque así somos los sanmarquinos, sin tener nada, lo hacemos todo. Como cuando le ganábamos, con cámaras prestadas, concursos de fotografía a otras universidades dotadas de equipos propios.

Allí estábamos, como enamorados de la eterna novia que estará con nosotros hasta el ocaso de nuestros días, y después.

Novia y amante que también lo supo ser de José María Arguedas, Martín Adán, Alfredo Bryce, Jorge Basadre, Mario Vargas Llosa, César Vallejo, Julio C. Tello o Abraham Valdelomar.


Allí estábamos nosotros, reconociendo cada detalle de la Ciudad Universitaria. Desde la icónica estatua de José Carlos Mariategui arropado con la hoz y el martillo; hasta el comedor universitario, que los viejos sanmarquinos llamaban “la muerte lenta”; y que en ese momento era el improvisado cuartel de los soldados que se parapetaron en la universidad durante la intervención.

Muchos de estos ellos eran chibolos, a veces, más pequeños que el fúsil que llevaban consigo.

Al inicio nos revisaban las mochilas al entrar al campus, como si alguien fuera a llevar una bomba por la ciudad para meterla en la universidad.

Una larga fila de variopintos estudiantes, de todas las facultades, se formaba desde las once de la mañana para almorzar a la una de la tarde. Pagabas diez céntimos por un cubierto de plástico envuelto en una servilleta blanca; por eso lo mejor era andar con tu propio tenedor.

Comedor de San Marcos

Y así íbamos, escudriñando la Plaza Cívica donde, en el mejor de los casos te ibas a chapar con tu flaca, o a repasar tus clases de corrientes y sistemas filosóficos contemporáneos o introducción a la literatura.

Facultad de Letras y Ciencias Humanas
Nos nutrimos de los conocimientos con copyright de miles de fotocopias, en una época donde una portátil o una tablet era una alucinación psicotrópica.

Aún conservo algunas en casa. Muchas de ellas, fotocopias de fotocopias. Fuimos ciertamente la última generación analógica.

Comprar un libro nuevo era casi un lujo burgués, en una época en donde algunos viajábamos con un sol de ida y otro de venida; haciendo valer, con la copia fotostática de la ley, ese bendito carnet universitario.

Yo tomaba la 18, una combi de Translima que me paseaba interminablemente desde Chorrillos hasta San Marcos. Me escondía al fondo para que me cobrarán menos, y poder decir que venía desde la Arequipa o 28 de julio. No siempre funcionaba.

Luego, entrar por la avenida Universitaria y ser recibido por un imponente atardecer que tiñe de naranja ese caminito que te lleva a Letras.

¿Cuántos de esos sunsets primaverales acompañaron nuestras tertulias sanmarquinas, apostados en el césped, mientras se colaba en el ambiente ese estribillo monocorde y característico de los sikuris y sus zampoñas?

“Somos la masa pensante de este país, por eso es que el chino se metió en San Marcos” me dijo por esos años Gastón Gaviola. Y es la verdad, por eso siempre fue el inalcanzable botín de los terrucos y del SIN de Fujimori y Montesinos.

Podíamos no ser totalmente de izquierdas o de derechas, pero todos éramos un poco críticos, reformistas, cuestionadores, revolucionarios.

Solo había una dictadura posible: la dictadura de la libertad y las ideas.

Hoy, que la Universidad cumple 466 años, nos reafirmamos en que San Marcos no es una universidad, es el gen del Perú desde antes de la República.

Por eso, uno puede estudiar posteriormente en otro lado, pero no pierdes tu identidad, tu razón primigenia; aquello de te define. Eso que hace que dividamos a los profesionales del Perú simplemente entre Sanmarquinos y no sanmarquinos.

Feliz cumpleaños San Marcos. Eternamente nudo de inquietudes, plaza de victorias.


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