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viernes, 10 de abril de 2015

Urpi y la montaña que hablaba, una crónica andina.


Hola amigos, hoy me gustaría compartir con ustedes una pequeña crónica que hace tiempo escribí, y que rescata algunos elementos de la tradición oral andina. Esa relación mágico-religiosa que tienen nuestras culturas originarias con la naturaleza y con todos los seres, vivos e inanimados. 

La comunicación andina tiene muchas aristas que es básico comprender para generar espacios de diálogo sin conflicto, y con plena inclusión para el desarrollo de nuestras naciones. 

Elementos como la oralidad, el animismo, el tiempo circular y no lineal, son algunos de los elementos presentes en la cosmovisión andina, y que en muchos casos, se contraponen con el pensamiento occidental

Urpi y la montaña que hablaba
El imponente y oscuro cielo andino andaba más estrellado que nunca por aquellas insondables noches frías de agosto. Era la noche veintisiete del viejo calendario de occidente; ese que usan los invasores extranjeros para guiarse. Sin embargo, a diferencia de otras, aquella era una sublime evocación a la magia más pura y más misteriosa. 
Urpi lo sabía. Ella contemplaba pequeñas luces en el celeste firmamento, como si de puntitos blancos que iban de un lugar a otro se trataran. Mientras que el frío viento que venía del oeste parecía hacer susurros en sus también frías y pequeñas orejas.
Era muy tarde ya. El verde de las plantas alrededor se convertía ahora en negruzcas y ocres  sombras de formas diversas que a veces parecían súbitos fantasmas merodeando, asomando, escudriñando. Las luciérnagas se asemejaban más bien a hadas que se cruzaban y mimaban su andar. "Debo regresar a mi casa rápido" pensó Urpi, sujetando fuertemente su pequeña canasta de frutas. 
El sendero estaba muy resbaloso debido a que había llovido durante la noche anterior. Sus latidos se aceleraron como si de un potro salvaje se tratara. Se sintió perdida. Sola y perdida en el laberinto de lo oscuro.
Cansada, Urpi se detuvo un instante a mirar nuevamente las estrellas, y pudo ver una gran y luminosa mancha blanca en el oscuro cielo. En ella pudo distinguir el rostro de un viejo de barba blanca que le sonreía. Urpi siempre pudo ver donde otros no, por lo que no se sorprendió. Pero aquello fue especial y diferente.
"La tranquilidad debe habitar en tu corazón pequeña Urpi, no estás perdida. Mira el camino de mi blanca barba, confía y síguelo". 
Urpi, que acostumbrada a hablar con los ququs y anchanchus del bosque, no tuvo miedo. 
Sonrió y siguió su camino; no sin antes preguntarse a sí misma por qué la gente no le creía cuando narraba sus extraordinarias aventuras. Como cuando el layqa del bosque le regaló alas de urpitu y voló hasta Paititi; palacio dorado cubierto de oro y plata, donde los tres inkas desterrados la nombrarían última princesa. 
Pero el layqa también la llevó al mundo de arriba, y voló sobre mucha agua. Urpi nunca vio tal cantidad agua antes; era como si todos los ríos se hubieran reunido. Luego vio soleadas costas y apus que nunca había visto antes. 
Urpi siguió caminando mientras pensaba en aquello; y miró cómo la luz de la luna se reflejaba en el nevado, que ahora lucía azulado. De pronto sintió un trueno muy fuerte, poderoso. "¡Urpi! - dijo el trueno - soy el Apu Parya, no me tengas miedo" Dijo la montaña sin rostro, y prosiguió "Mi alma lleva esta forma por cientos de miles de años y me siento muy solo, por eso no quiero que tú te sientas como yo". 
Urpi respondió: "Cómo sabes que estoy sola". Al decir esto se sentó en una piedra muy fría y dejó su canasta de rojas manzanas a un lado. "Me recuerdas a mi hermana, sangre de mi sangre que nunca me amó". Dijo la montaña con voz de trueno. "Cuando eramos gente como tú, renegó de nuestra familia y se fue. Prefirió ser un gran mar y guiar vulgares marinos, antes que ser orgulloso Apu como nosotros". 
Cuando concluyó todos los arboles del insondable bosque miraron a la triste y desolada montaña. 
"Yo no nací de mis padres" dijo Urpi, "Nací de las melodías de una canción de quena y aparecí entre retamas. Ellos no son mi sangre". 
La sabia montaña derritió sus celestes nieves y provocó un furioso río;  luego le habló con estrépito a Urpi a través su rugido. "Kkuchamama pensaba que apareció de las espumas mágicas de un lago. Era como nosotros, aunque después decidió ser un anchuroso y bravío mar. Ahora no está sola, los piratas y marineros del mundo le hablan y ruegan. Ella somete a algunos, a otros los deja vivir. Ella gobierna el mundo de abajo. No seas como mi soberbia hermana y busca a los tuyos" 
Urpi entendió que debía buscar a su familia, a quienes tanto dolor le causaron desde temprano. No quería terminar como Kkuchamama; sola y alabada solo por extraños y rechazando sus orígenes. Viajaría a través de las melodías coloridas del sueño interminable para conocer a los rayos de luz que la crearon y que Urpi siempre las consideró más bien sombras. 
El Apu orientó su río hacia el hogar de Urpi. Killa iluminó el camino y Urpi pudo subir a una balsa de paja mientras Wayra sopló las melodías que crearon a Urpi y que la llevarían a casa con la promesa de ver a su familia.
"Debes dormir Adriana" dijo la vieja Sairé con cierto cansancio en su voz y nostalgia en su mirada. "Pero Sairé, cuéntame más, ¿Urpi llegó donde su familia, los conoció finalmente? No podré dormir sino me cuentas" Insistió Adriana. "Adriana pequeña - dijo la vieja Sairé - no te puedo contar el final de aquello que aún no concluye. Debes descansar, mañana es un día muy especial para ti, necesitarás todas tus energías"
Sairé salió de la pequeña casa de barro y paja en medio de la aldea. Era muy tarde ya, y había prometido volver temprano. Llevaba una bolsa de manzanas que quería compartir con la familia. Siendo ya tan tarde temía encontrarse con una banda de ladrones de camino o con algún animal salvaje.
La noche era inusualmente fría para aquellas épocas. El cielo estaba totalmente nublado y el bosque más oscuro que nunca. "Debí traer mi lámpara" pensó la vieja Sairé para sus adentros. 
Sin embargo una extraña sensación de vacío, temor y tristeza la asaltó como nunca antes. Se tambaleó y se sentó en una gran piedra al borde del camino. El sonido del río interrumpía sus pensamientos, mientras su respiración se aceleraba. 
Sairé miró cansada al cielo y por un momento se sintió morir. La angustia la paralizó. El miedo raptó su espíritu. 
"Sigo el Paso de las Estrellas, con la mirada a ciegas pero con intuición segura. Ave del Dios del Este, orilla mi destino hacia la mansa playa de mi Señor, no dejes que pierda mis huellas, las pasadas y las futuras en tinieblas bárbaras, de tu manto protector quiero yo su calor...apoya en..."
"Qué pronto olvidaste tus orígenes y a los tuyos, adorando dioses extranjeros" Dijo la voz como un trueno. "Quién está allí" Gritó Sairé sin saber qué hacer.
"¿No me recuerdas acaso? ¿no recuerdas a tu sangre? Dijo la voz encarnada en el ruido del río. "¿De qué hablas?" Gritó Sairé, ahora en pánico. "He venido a saldar viejas cuentas contigo, hermana" Dijo la voz de trueno como una furiosa amenaza. "No sé quién eres, no tengo dinero... soy solo una pobre vieja, llévate lo que tengo".
"No eres una pobre vieja, hermana; sé a qué has venido. Sé cuál es tu misión" Dijo la voz de trueno, y un fuerte viento sopló en el bosque que hizo volar las hojas de los árboles. "Déjame en paz, no sé quién eres" Exclamó Sairé desesperada y en llanto.
"Sí lo sabes, lo sabes bien hermana, lo sabes bien Kkuchamama"
El viento paró de soplar. El silencio gobernó nuevamente. Una bolsa con frescas manzanas cayó al suelo.  
  

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