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jueves, 17 de noviembre de 2022

La INMINENCIA del TRANSHUMANISMO



La reciente y sonada compra de Twitter de parte del millonario Elon Musk ha avivado el debate sobre la hegemonía de la tecnología en la vida de las personas y en cada detalle de sus relaciones humanas.

Y es que es innegable que las grandes plataformas tecnológicas se han vuelto protagonistas de nuestras vidas: economía, política, educación, entretenimiento, cultura y un largo etc.

Así, no existe dimensión que no haya sido tocada y modelada por esta nueva realidad, misma que se ha acelerado dramáticamente en los últimos dos años y que asegura ser un cambio de época de carácter histórico.

Términos como realidad virtual, realidad aumentada, inteligencia artificial, big data, data mining, metaverso, etc; se han vuelto cada vez más comunes en nuestro entorno.

Un ejemplo claro de la irreversible dirección que ha tomado la humanidad en este aspecto, son las transacciones económicas y financieras, que no han escapado de este nuevo modo de convivencia inaugurando el dinero digital.

Sin embargo, no es menos cierto que hay en todos estos desarrollos tecnológicos una serie de premisas que son las que terminan por definir, o por lo menos esa es su intención, al propio individuo: nos referimos al transhumanismo.

El transhumanismo es todo aquello que hemos mencionado hasta su consumación, la promesa luciferina de “sereis como dioses”; una filosofía que incluye la búsqueda de la inmortalidad, el alcance de la superinteligencia o el vaciado de la mente y la propia consciencia en la red.

Dado que el desarrollo tecnológico abre nuevas posibilidades, en esta manera de ver el mundo, el ser humano debe estar a su mismo nivel para poder alcanzarlas.

Esto supone conquistas espaciales, exploraciones imposibles, sensaciones extrahumanas, etc. No existe límite para la autodeterminación humana en ese sentido, cuando se trata de parecerse a una especie de dios.

El camino para la aceptación de esta filosofía ya ha venido siendo abonado por la pensamiento dominante por un lado: el liberalismo, el autodeterminismo, el tecnocientificismo y el relativismo.

Y específicamente, ha decantado en la gran masa a través de la ciencia ficción y el cine de superhéroes.

Todo esto, en paralelo con la sistemática desaparición del cristianismo, ha creado las condiciones para que el pensamiento transhumanista se posicione prácticamente sin ninguna contraparte ideológica que le haga frente.

De hecho, la realidad que promete el transhumanismo puede incluso ser más seductora que las ideologías de antaño, por ejemplo, el viejo marxismo prometía la liberación proletaria de las manos de los explotadores, para vivir en mundo mejor.

El transhumanismo en cambio, promete fuerza extraordinaria, capacidad de procesar toda la información disponible en la red e incluso ser inmortales solo para citar algunas de sus promesas más recurrentes.

Sin embargo, estas promesas parecen aún utópicas, por lo que su introducción responde a expectativas más cotidiana: por ejemplo mejor conectividad, mayores posibilidades comerciales y de negocios, mejores posibilidades educativas, etc.

Sin mencionar el arribo de la revolución 4.0 en el mundo del desarrollo industrial, que además promete mejorar las operaciones productivas, con un número drásticamente menor de trabajadores humanos.

El proceso transhumanista es socialmente exitoso precisamente porque cumple en los pequeños hechos cotidianos, lo que promete a la larga y refuerza la idea mecanicista de progreso, en donde cualquier aparente innovación es sinónimo de bienestar.

De allí que pretende desplazar al cristianismo en su promesa salvífica de vida eterna, pero en este caso, aboliendo a Dios y poniendo en su lugar a la tecnología.

Con todo, el transhumanismo tiene una raíz materialista que se nutre del evolucionismo como paradigma filosófico que define las investigaciones que se hacen para, por ejemplo, investigar el envejecimiento humano.

Los biólogos transhumanistas, por ejemplo, consideran que tanto el envejecimiento como la muerte son errores biológicos que pueden ser corregidos a través de la ciencia, y que en nada favorecen el proceso mismo de selección natural de las especies.

De allí que el estudio del proceso de envejecimiento y longevidad en otras especies, que eventualmente se pueda extrapolar al ser humano, se haya desarrollado tanto.

La meta es poderle ofrece al ser humano la posibilidad de extender su periodo vital hasta el infinito; claro está, si tiene las condiciones para pagarlo.

En este punto ya alcanzamos a ver el trasunto elitista de todo este proceso.

Lógicamente esta situación va a formular una serie de preguntas y desafíos de tipo ético, en la medida que el transhumanismo “compite” con otras religiones, especialmente con el cristianismo, en la idea de la vida eterna.

El transhumanismo es una suerte de suplantación de la promesa de las religiones, pero que pretende convertirse en una, en donde el dios sea uno mismo.

No es gratuito que uno de sus mayores exponentes e ideólogos, el historiador israelí Yuval Noah Harari proponga en cada una de sus publicaciones los beneficios del transhumanismo a través del mejoramiento biotecnológico.

Para Harari, y para el resto de los “teólogos” del transhumanismo, la unión del ser humano y la máquina adolece de reparos éticos, solamente tiene limitaciones de orden tecnológico; siendo  cuestión de tiempo poderlas solucionar.  

En su libro Sapiens: De animales a dioses Harari escribe:

Si realmente el telón está a punto de caer sobre la historia de los sapiens, nosotros, miembros de una de sus generaciones finales, deberíamos dedicar algún tiempo a dar respuesta a una última pregunta: ¿en qué deseamos convertirnos? Dicha pregunta, que a veces se ha calificado como la pregunta de la Mejora Humana, empequeñece los debates que en la actualidad preocupan a los políticos, filósofos, estudiosos y gente ordinaria…

Puesto que pronto podremos manipular también nuestros deseos, quizás la pregunta real a la que nos enfrentemos no sea “¿En qué deseamos convertirnos?” sino “¿Qué queremos desear?”

Detrás de las ideas de Harari, se esconden sin embargo un conjunto de presupuestos que le dan soporte desde el Renacimiento; por tanto no hay una auténtica novedad teórica.

El Transhumanismo tiene sus orígenes en el humanismo, y en la lista de filósofos que han considerado al ser humano como un animal enfermo y prisionero de su propio cuerpo: allí están Rousseau, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Lessing, Freud, Unamuno, entre otros.

De allí que el autodeterminismo, es decir la premisa de que alguien puede hacerse desde cero hasta su realización final, se alimentó y promovió desde las ciencias sociales y la psicología, pasando por la medicina y los ejercicios físicos.

Los transhumanistas consideran que la tecnología y la ciencia son los vehículos apropiados para alcanzar esa autodeterminación, que decantará en un “hombre nuevo” convertido parcial o completamente en un ente artificial.

La idea del “hombre nuevo” es precisamente otro de los elementos que el transhumanismo ha robado, en este caso al Cristianismo, obviando a Dios de este proceso.

En suma, el transhumanismo viene copando diferentes esferas sociales porque está relacionado con elementos prácticos, socialmente aceptados y relacionados con el progreso.

Sin embargo, a la larga supone el rechazo a la propia naturaleza humana, es decir a aquello que fue salvificamente dado, para pretender convertirla en un artificial aparataje.

 

 

 

 

 

 

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