Miguel Bosé ha escrito una biografía, El hijo del Capitán Trueno (Ed. Espasa), en la que 488 páginas sólo le dan para cubrir sus primeros 22 años. Y lo peor del asunto es que no están hinchadas. Hay vidas así. Bueno, igual sólo una: la suya. Entre apariciones de Picasso, Dalí, Visconti y prácticamente cualquier luminaria del momento, el libro muestra a un Miguel culto, sensible e inteligente en constante lucha con su padre, Luis Miguel Dominguín, representación pura de una España franquista, rancia y en blanco y negro obsesionado con que el niño no le saliera "maricón". Cuesta vincular a ese Bosé con el que hemos visto últimamente, el negacionista de la pandemia y conspiranoico que parecía fuera de la realidad.
El Miguel Bosé que nos recibe, en un hotel tan exclusivo que ni siquiera dos madrileños, el taxista y yo, conocíamos su existencia pese a estar en pleno centro, no está ido ni confuso. Mente ágil, palabra fácil, respuestas claras. Recuerda al primero, el del libro, pero sigue pensando como el segundo: "Mantengo todo lo que dije, la pandemia ha sido una gran farsa".
- ¿Por qué escribir una autobiografía ahora? ¿Sentías el impulso de dar explicaciones?
- Para nada, pero llega un momento en la vida que te empuja y te crea la urgencia de mirar atrás. Al dejar España e irme a vivir a Panamá, lejos de las raíces, me empezó a surgir esa nostalgia de lo pasado. Y rememorando todas las cosas que me han sucedido empecé a entender por qué acabé siendo quien soy.
- ¿Qué has aprendido sobre ti mismo?
- Más que aprender, he ganado. He ganado paz, mucha paz. El ejercicio de escritura me ha permitido perdonar y pedir perdón a mis seres queridos, he entendido por qué mi infancia y mi juventud fueron como fueron, que no había otra manera. Cuando te pones a especular y a intentar imaginar escenarios alternativos, te equivocas, porque las líneas del tiempo siempre vuelven a su lugar original. Con el pasado no puedes hacer trampas.
- Al leer el libro, nuestras existencias parecen insignificantes al lado de la tuya. ¿Eras consciente de que tu vida no era ni medianamente normal?
- No y tampoco hoy me doy cuenta. Os escucho decirme eso y os creo, pero en el contexto en el que yo crecí aquello era la cotidianeidad y la naturalidad. Yo vivía en el Olimpo y la vida en la tierra la desconocía. Yo, mi familia, nuestros amigos y nuestras experiencias estábamos allí arriba y lo de abajo no existía. Cuando empecé a trabajar fue cuando fabriqué esa escalera que me bajó a la calle y me descubrió la realidad, el mundo en el que luego me he tenido que mover, pero en aquella España autocrática y cerrada al resto del mundo, mi vida con unos padres internacionales, que viajaban y conocían el mundo, era una burbuja apartada de todo.
- ¿Qué te pareció la vida real cuando bajaste?
- Que era mucho más agradable que la mía, porque en mi mundo los acontecimientos pequeños tenían una repercusión enorme y unas consecuencias devastadoras. Todo estaba amplificado, mientras que allí abajo las cosas eran mucho más sencillas, menos dramáticas, una separación parecía mucho más reconducible que en las altas esferas donde, como fue el caso de mis padres, generaba una tragedia descomunal y sobredimensionada. Yo bajé a la España de la Transición, una España integrada, menos clasista, y fue una maravilla para mí.
- De esa marabunta de luminarias que paseaban por tu vida como el vecino del cuarto, ¿cuál es la que más te marcó?
- Yo estaba todo el día viendo a Picasso, Deborah Kerr, Yul Brynner, Cocteau, Visconti... No le daba ninguna importancia. Me pasó una cosa muy curiosa estudiando en el Liceo Francés, cuando Pablo (Picasso) ya había muerto. Me tocó preparar un trabajo sobre él para Historia del Arte y no sabía nada, pero nada. Tuve que ir a la Biblioteca Nacional a buscar libros porque en mi casa había dibujos suyos, pero nada de él como artista. Ni nos habíamos planteado lo que suponía. Yo conocía a Pablo, pero no sabía lo que era Picasso para el mundo y no podía explicar a mis compañeros la relación que me unía a él porque no se lo iban a creer. Esa era la dicotomía en la que me movía: mi vida no era creíble fuera de casa.
- En el libro eres muy duro con tu padre.
- Mi padre era Dios en el franquismo. Dios. Era la imagen del don Juan que llevaba su semen hasta Hollywood, que paseaba su hombría y sus erecciones por el mundo entero. Eso al régimen le encantaba porque era patriarcado y machismo puro y duro. Pero mi madre era otra diosa de una religión diferente. Musa del neorrealismo, Antonioni, Visconti, Zeffirelli, leía, Partido Comunista, apertura, tolerancia... Era un choque brutal de carneros, un pulso diario, dos mundos contrarios. Y el ADN se mezcló en mí. Por suerte, me pilló la Transición y eso posibilitó mi liberación. Yo no hubiera sido jamás el que fui dentro del régimen, porque hubiera molestado mucho.
- Como molestabas a tu padre.
- Yo amaba a mi padre, pero era todo lo contrario a lo que él quería. Intentaba con todas mis fuerzas que estuviese orgulloso, pero todo lo que hacía, lo hacía mal para él. Nunca estuve a la altura de sus expectativas y eso me generó frustración, complejos, inferioridad, culpabilidad... Hasta que se empeñó en llevarme a un safari en Mozambique contra mi voluntad, casi muero de malaria, y al salir del coma solté la cuerda. Ya, hasta aquí. Al poco tiempo mi madre se separó y durante nueve años borré a mi padre de mi existencia. No lo vi ni una vez.
- A tu madre, Lucía, por contra, la retratas como la diva ideal.
- Lo mejor de mi madre llegó al separarse de mi padre. Recuperó su vida, sus amantes, su carrera, su independencia... Y ahí, ya con ese control, se volvió a acercar a mi padre y eso propició una reconciliación entre todos. Los 30 últimos años de la vida de mi padre nuestra relación, de repente, fue espléndida. Nos reíamos, había complicidad, compartíamos hasta las novias.
- ¿Literalmente?
- Sí, sí, éramos gente muy abierta. Al final, él admiraba mucho que yo me hubiera convertido en quien era sin pedirle nunca nada. El único ser que nunca le había pedido dinero ni ayuda era su hijo. Eso hizo que el trato que me había dado cuando yo era niño empezase a avergonzarle mucho. Sentía una gran culpa. Pero gracias a aquello, yo sé afrontar las cosas, no me quedé en lo fácil del niño mimado ni me dejé eclipsar.
- ¿Cuántas veces has estado a punto de morir?
- ¿Al borde de la muerte o cuántas me han querido matar?
- Me valen ambas.
- Al borde de la muerte, cuatro. Con la malaria, un accidente de coche y otras dos enfermedades. Las que me han querido matar no las tengo contadas, son demasiadas.
- ¿Y en la época de las drogas y la vida salvaje?
- No, eso lo controlaba más de lo que se dice. Lo he dejado fuera de este libro, pero no porque lo quiera esconder, sino porque vamos a hacer una serie de televisión y es una épica muy visual y con banda sonora, así que es una parte de mis memorias que me parece más fácil ver que contar.
- En serio, Miguel, a un tío que lo ha probado todo, ¿qué le asusta de una vacuna?
- Nada, no me asusta, simplemente no me la creo.
- ¿Te ha dolido verte retratado durante estos meses como una especie de loco iluminado?
- No porque no es problema mío. ¿Tú crees que en algún momento he sentido que fuera un problema mío lo que dijeran? No me afecta, no me toca, de verdad. Si yo hiciese caso del qué dirán, jamás hubiese podido desarrollar ni la persona ni el personaje que soy. Dije lo que tenía que decir, mi verdad, y defendí mi libertad de expresión, que es un derecho fundamental y básico. Si alguien piensa diferente, adelante, muy bien. Pero si alguien me intenta censurar, no va a lograrlo, no tiene cuchillo para cortar a este hombre. Lo que pasa es que se ha llegado a un momento, con un contexto político muy tenso y una intrusión en los derechos del ciudadano. Políticos, medios de comunicación y otros poderes fácticos piensan que soy de su propiedad, que pueden establecer nuestra forma de pensar, de ser y de actuar. Y cualquiera que se salga de esa fila, como ha sido mi caso, es atacado. Se te intenta silenciar y devolverte al redil a latigazos. Eso que plantean es la pérdida de las libertades fundamentales. Yo hasta esta situación creía que se podía seguir opinando en libertad y resulta que ya no.
- Se puede, pero ciertas opiniones pueden ser irresponsables.
- ¿Por qué? ¿Por qué opinar es un delito? Yo no pretendo que nadie piense como yo, pero que tampoco me obliguen a pensar como ellos.
- ¿Ha habido algo de provocación en tu postura?
- Nooooo. Esa visión sobre mí está muy equivocada. yo nunca he querido provocar, la gente es la que quiere ser provocada y busca los personajes, las causas y las opiniones que le permiten ser así. Puede ser lo que yo diga de las vacunas o el canto de un gorrión en la estación de Atocha. Da igual. Si está predispuesto a enfadarte, ese gorrión es un hijo de puta. Hay que darle una vuelta a esto. La diferencia es bella, es natural y es pura. No todo puede ser una provocación. Mira, yo a estas alturas ya no me inmuto. He vivido una vida con sus momentos buenos y malos, como todas, pero una que agradezco haber vivido. No hay nada más terrible que una vida insípida y, desde luego, la mía no lo ha sido.
- Entrevista originalmente publicada en El Mundo de España
No hay comentarios.:
Publicar un comentario